viernes, 28 de septiembre de 2007

DE 9 A 5


Bueno, realmente la jornada se desarrolla de 8 a 5. Cada día el despertador suena a las 7 menos pocos minutos aunque me levanto más tarde. Duchadito y oliendo bien me despido de la muñeca de trapo y cojo el coche. A las 8 llego al trabajo y me encuentro con uno de los mejores momentos del día: el café.
Se ha convertido en un ritual. En cuanto entro en la cueva, mi casa durante 9 horas al día, me encuentro a mis compañeras Lola y María. Lola es la mejor compañera que se puede tener y María es la risa hecha persona. Los tres preparamos el brebaje con esmero y una vez hecho nos lo tomamos acompañando a esta frase que repetimos todos los días: “qué rico el cafetito”. El día que alguno llevamos un cartón de leche ya tocamos el cielo. En su defecto bajamos a la máquina de café y nos hacemos con tres vasos de leche. No es lo mismo pero sienta igual de bien…

Mientras lo preparamos y lo servimos comprobamos algunas cosillas en el ordenador, miramos noticias en Internet, nos distribuimos las tareas y, sobre todo, hablamos de nuestras cosas, nos reímos y comentamos cotilleos. Son 5 minutitos que saben a gloria. A lo largo de la mañana hay más cafés, pero no tienen nada que ver y eso que el que me suelen bajar a sobre las 10 Ana y la Señorita Morato está estupendo. Nuestro primer cafetito es un momento en el que olvidamos todo lo malo que hubo ayer y habrá hoy. Se respira el olor del café y la paz que luego se pierde con las prisas y los agobios que tiene un programa en directo. ¿Qué sería la vida si no tuviésemos estos pequeños placeres?

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