martes, 25 de septiembre de 2007

COCOON

Una canción dice: “Ojalá, ojalá nunca cambia tu manera de estar en el mundo. Ojalá nunca cambies”. Y es que los años nos cambian. Hasta cierta edad son cambios a mejor ya que, en la mayoría de los casos, los tropiezos y los errores nos hacen más sabios y fuertes. Pero llega un punto en el que todo se tuerce. Tal vez sea el miedo de pensar que la muerte se acerca o sentir que el cuerpo se te arruga y oxida y no puedes saltar y correr como años atrás.



Las almas de las personas se van retorciendo, se hacen desconfiadas, testarudas, orgullosasa, mal pensadas, egoístas y débiles. El terror a la soledad les hace a nuestros viejos estar a la defensiva continuamente. Y se convierten en un pez que se muerde la cola. Su temor a quedarse solos les hace tomar una actitud que hace que los pececitos que están a su lado se sientan cada vez más lejos de ellos por mucho que intenten nadar hacia ellos. Con todo lo que tenemos que aprender de ellos...


Es una pena que esté tremendamente extendida la idea de lo triste que es llegar viejo, cuando debería ser todo lo contrario. Cada año cumplido debería aportar más paz y generosidad no mal humor. Tristemente no suele ser así pero a pesar de ello no pienso traicionar a mi conciencia y, cargandome de paciencia, acompañaré y escucharé a los mios siempre. Espero llegar a viejo y madurar pero a la vez mantener la misma perspectiva del mundo que tengo hoy en día. Ver el sol y no las sombras. Y deseo que los que me rodean tampoco cambien al hacerse viejos, “ojalá, ojalá nunca cambien”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ojalá, que de estas experiencias cotidianas, nos ayude, a los que les seguimos, y los que nos siguen, a que los cambios que la vida ofrece, nos haga siempre mejores.