Escribir o no escribir. Esa es la cuestión. Hace meses que no lo hago. Hay ocasiones en las que los miedos se hacen más fuertes que las palabras y me convencen de que no tengo nada que contar. Pero lo cierto es que no pasa un día en que no piense en que debo volver a mis historias. Porque, aunque no haya nada que contar, hay tanto que decir. Mi vida sopla como el viento y yo, en medio de ella, me zarandeo como un junco hacia un lado y hacia otro. Algunas tardes hay brisas agradables que me hacen bailar al son de la música de los vientos del amor, del cariño y de la amistad. Pero hay días en que los fríos vientos del miedo me tumban y me hacen tiritar desde el suelo. Supongo que eso es la vida, bailar y caer. Pero soy optimista y sé que por mucho que el viento sople y por muchas veces que bese el suelo, volveré a levantarme. Los fríos vendavales que azotan mis días tristes sólo me pueden hacer rasguños. Como decía Irvin en “Una historia verdadera”, una persona es como una fina rama. Se puede romper fácilmente con las manos.
Pero una familia son muchas ramas atadas por un lazo. Y por muy fuertes que sean las dos manos que intenten partirlas o por muy frío y rápido que sea el viento que las zarandeé e intente tirarlas al suelo, son irrompibles. Cada tarde apretaré el nudo de mi lazo porque el lazo es mi compañero de baile. El lazo es el que me levanta cada vez que me caigo.
jueves, 27 de agosto de 2009
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