Parece que fue ayer cuando teníamos 16 años. Años de instituto, nuevas experiencias y falsa rebeldía. Nos creíamos los más modernos, los más listos y los más luchadores. No entendíamos la vida burguesa de nuestros padres y ni se nos pasaba por la cabeza que unos cuantos años atrás ellos fueron, al igual que nosotros, los más rebeldes.
Dentro de los rebeldes, éramos de los más empollones y normales. Salíamos por la tarde y llegábamos por la noche, en el último metro. Nos pasábamos horas hablando en cualquier banco comiendo pipas y fumando nuestros primeros cigarros. En las noches de fin de semana nos conformábamos con poco y salíamos a celebrar que hoy era hoy bebiendo calimocho peleón sentados en algún parque de Malasaña. Salíamos a comernos las calles con 500 pesetas en el bolsillo y toda la energía e inconsciencia que da la adolescencia. Eran días de palmeras, chucherías y bocatas de tortilla en el recreo. Fue un tiempo en el que mirabas a tu alrededor y veías primeros besos, primeros botellones, primeros móviles, primeras pellas y primero de casi todo.
Creíamos que íbamos a la última con nuestro pantalón y nuestras camisetas 4 tallas más grandes. Los más valientes se ponían piercings y tatuajes convirtiéndose en los mayores del grupo. Era imprescindible llevar una cinta de Nirvana en el walkman. Si no calzabas unas Doc Martins, no llevabas pantalones de pana y en tu armario no había una camiseta de El Che no eras nadie. Quemábamos, como si fuera nuestro último día en el mundo, tardes y noches de amistad y risas. Miro hacia atrás y, con añoranza y cariño, recuerdo aquellos días de tonta rebeldía por la que había que pasar.
Dentro de los rebeldes, éramos de los más empollones y normales. Salíamos por la tarde y llegábamos por la noche, en el último metro. Nos pasábamos horas hablando en cualquier banco comiendo pipas y fumando nuestros primeros cigarros. En las noches de fin de semana nos conformábamos con poco y salíamos a celebrar que hoy era hoy bebiendo calimocho peleón sentados en algún parque de Malasaña. Salíamos a comernos las calles con 500 pesetas en el bolsillo y toda la energía e inconsciencia que da la adolescencia. Eran días de palmeras, chucherías y bocatas de tortilla en el recreo. Fue un tiempo en el que mirabas a tu alrededor y veías primeros besos, primeros botellones, primeros móviles, primeras pellas y primero de casi todo.
Creíamos que íbamos a la última con nuestro pantalón y nuestras camisetas 4 tallas más grandes. Los más valientes se ponían piercings y tatuajes convirtiéndose en los mayores del grupo. Era imprescindible llevar una cinta de Nirvana en el walkman. Si no calzabas unas Doc Martins, no llevabas pantalones de pana y en tu armario no había una camiseta de El Che no eras nadie. Quemábamos, como si fuera nuestro último día en el mundo, tardes y noches de amistad y risas. Miro hacia atrás y, con añoranza y cariño, recuerdo aquellos días de tonta rebeldía por la que había que pasar.
Fue antes de encontrarnos de golpe con la realidad y entender que la vida es totalmente diferente a todo aquello. Antes de que nos importara lo realmente importante. Antes de anhelar una vida fácil que juramos nunca desear. Y antes de comprender que el más rebelde no es el que lleva el pelo más largo, los pantalones más caídos y que vive como Dios, sino el que discretamente lucha contra las injusticias que hay en el mundo.
2 comentarios:
Siempre he dicho a mi padre, que lo suyo si que era vida. Llegar a casa tarde, pero sin deberes, sin tener que estudiar para un examen, sin tener que pasar apuntes...
Lo cierto es que ahora ya en su situación, me doy cuenta de lo "desgraciado" que es hacerse mayor. Y me tengo que tragar todo lo que en su día le dije, pues aunque para un examen tuviera que empollar mil horas,... A cambio, 3 meses de vacaciones, pellas, vivir sin hipoteca y sin un jefe toca-huevos,.... joooder cómo se echa de menos.
¡ quiero volver a nacer para recobrar la niñez, pues la vida de adulto.... una mierda es!
Fdo: EL LAMENTOS
Hombre chocolate, tampoco es eso. es diferente. Antes había cosas buenas y ahora hay otras cosas buenas. Lamentos, eres un galán.
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