martes, 28 de agosto de 2007

BAJARSE AL MORO

Como en 1988 lo hicieron Verónica Forqué, Juan Echanove, Aitana Sánchez-Gijón y Antonio Banderas, este verano dos generaciones, no de actores sino de viajeros, nos hemos bajado al moro.
Después de nuestra semana europea, África y su maravilloso mundo nos esperaban. Estábamos cansados, pero las ganas de meternos de lleno en la ciudad fetiche de Carmina la divina eran más fuertes.


Marrakech es una ciudad llena de vida y color. Su gente es amable, abierta y noble. Llevan el comercio y el espíritu nómada en la sangre. El alma de Marrakech y sus habitantes se refleja en la plaza Jama El Fena. Cuando el sol se esconde y la noche oscurece las laberínticas calles de Marrakech, dicho foro se llena gente, de puestos de comida y zumos de naranja, de bailarines, de encantadores de serpientes, de tatuadoras de henna, de niños, turistas y de luz. Es muy difícil describir con palabras lo que se ve y se siente cuando te sumerges en la plaza y en el zoco que desemboca en ella. El regateo, el ruido de las motos, las llamadas de los vendedores, los vivos colores de las ropas, el olor de las especias y los cantos que instan al rezo desde los minaretes te absorben todos los sentidos haciendo que el corazón te lata al ritmo de la ciudad.



Al contrario de lo que cabría pensar, Marrakech es una ciudad llena de encantos y más aún si te diriges a las desérticas y monumentales montañas del Atlas. Los dispersos poblados berberes y las kashbas de adobe son los únicos oasis de vida que se pueden beber en el desierto. El paisaje del Atlas es precioso y vale la pena salir de la ciudad y adentrarse en la tundra de la cordillera marroquí.



En resumidas cuentas el viaje fue de lujo, aunque para lujo, el del hotel al que nos llevó easyjet debido al retraso del vuelo de vuelta a Madrid. Y menudo retraso. Cuando el avión estaba a cinco segundos de despegar dio un frenazo debido a un problema en un motor. El problema tenía plumas, pico y alas y fue absorvido por la espiral de aspas del motor. Pero murió matando partiendo dos hélices. Después del susto y de la incertidumbre sobre nuestro devenir, el coronel (apodo familiar al piloto del avión) hizo que nos trataran como reyes hasta que emprendieramos el vuelo de nuevo al día siguiente.



Los cuatro disfrutamos de la ciudad y el viaje al máximo. Viajar con mis padres es un placer porque cogen su mochila y son capaces de comerse el mundo. Te contagian de interés y positivismo. El cus cus, los paseos a caballo, el tallin, los higos chumbos, los tés, las coca colas con pajita, los dirhan, los kebaps, los quiebros a las motos, el desierto, las compras, los bollos a diez céntimos y los deliciosos zumos de naranja a treinta nos ha unido aún más si cabe. Estoy seguro que repetiremos cuando el trabajo lo permita. ¿El lugar? No lo sé y no me importa. El destino es lo de menos cuando la compañía es buena.

jueves, 23 de agosto de 2007

TINTIN Y LAS NARANJAS AZULES

No soy Tintín, pero como él soy periodista. No he resuelto ningún misterio relacionado con unas naranjas azules, pero tengo una camiseta azul de Naranjito.
Y no soy un personaje de comic cuyo autor es natural de Bélgica, pero soy un personaje, mi chica lo tiene todo natural y hemos pasado una semana de fábula en Bélgica.

Bueno, en Bélgica y Holanda. Patricia y yo nos fuimos de Madrid volando dirección Amsterdam y nada más llegar, nos enamoramos de sus calles y su ambiente. El barrio rojo es abierto, tolerante, alegre y en ningún momento decadente como cabría esperar al encontrar mujeres que exponen y venden su cuerpo en escaparates. Los canales dan a la ciudad un baño de bohemia y romanticismo que unidos a la colorida atmósfera de sus mercadillos y sus plazas te pegan los zapatos a sus calles sin la menor gana de despegarlos.


Mientras prometíamos que algún día volveríamos a Amsterdam, un tren nos esperaba para llevarnos, como dice la canción, a otro país, otra ciudad, otra gente. Llegamos a Bruselas después de pasar, mochila en ristre, por la bonita ciudad de Amberes. Un día fue el puerto más importante de Europa; hoy es una ciudad tranquila y maravillosa. En Bruselas la grand place nos recibió con los brazos abiertos y una luz limpia y brillante. Instalados en pleno corazón de la capital de Europa, otro tren nos llevó a Gante y a Brujas donde pasamos un día inolvidable mezclándonos con el encanto de sus paisanos, sus aguas y sus flores. De vuelta a Bruselas, leímos hasta la última página de su comic en el que las viñetas dibujadas de sus plazas, su niño meón, sus helados, sus gofres, su limpieza y su diplomacia nos cautivaron.

Nuestra semana en los Países Bajos será irrepetible. Nos lo pasamos bomba y en nuestras cuatro retinas quedaron para el final de los tiempos imágenes preciosas. Al volver a Madrid no nos dio tiempo a echar de menos ni a Bélgica ni a Holanda, ni a Tintín, ni a los trenes, ni a los canales. Sólo teníamos unas horas para vaciar la mochila y llenarla otra vez porque nos bajábamos al moro.

Pero, como siempre, esa es otra historia.

jueves, 16 de agosto de 2007

SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO

Ha sido una noche mágica que ha durado más de 30 días. Un sueño de verano que he intentado exprimir al máximo y del que me llevo cientos de preciosas imágenes y buenos momentos.


Hay mañanas en las que despiertas y no recuerdas lo que has soñado. Pero al abrir los ojos esta mañana ha venido todo a mi memoria con claridad y algo de añoranza. Ojalá pudiera seguir soñando para no encontrarme de golpe con la realidad.


Ha sido un sueño largo pero que se ha convertido en corto como todo lo bueno. Ha habido tiempo para todo: playa, montaña, Europa y África. Sin duda, este sueño ha sido un viaje de fantasia y sin descanso que ya está guardado bien dobladito en la mochila de mi vida para abrirlo y rememorarlo cuando me apetezca.


Hay tantas historias que contar de esta efímera ilusión, tantas anécdotas, ataques de risa, vuelos, paseos en barco, billetes de tren y tantos pasos dados que no podré evitar sonreir y suspirar cada vez que recuerde las vacaciones de este verano. Un verano de ensueño que jamás olvidaré.